La
continencia conyugal - 7/11/1984 -
1. Continuemos el análisis
de la virtud de la continencia a la luz de la doctrina de la Encíclica Humanae
vitae.
Conviene recordar que los
grandes clásicos del pensamiento ético (y antropológico), tanto pro-cristianos
como cristianos (Tomás de Aquino), ven en la virtud de la continencia no sólo la
capacidad de "contener" las reacciones corporales y sensuales, sino todavía más
la capacidad de controlar y guiar toda la esfera sensual y emotiva del hombre.
En el caso en cuestión, se trata de la capacidad de dirigir tanto la línea de la
excitación hacia su desarrollo correcto, como también la línea de la emoción
misma, orientándola hacia la profundización e intensificación interior de su
carácter "puro" y, en cierto sentido, "desinteresado".
2. Esta diferencia entre la
línea de la excitación y la línea de la emoción no es una contraposición. No
significa que el acto conyugal, como efecto de la excitación, no comporte al
mismo tiempo la conmoción de la otra persona. Ciertamente es así, o de todos
modos, no debería ser de otra manera.
En el acto conyugal, la
unión íntima debería comportar una particular intensificación de la emoción, más
aún, la conmoción de la otra persona. Esto está contenido también en la Carta a
los Efesios, bajo forma de exhortación, dirigida a los esposos: "Sujetaos los
unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21).
La distinción entre
"excitación" y "emoción", puesta de relieve en este análisis, sólo comprueba la
subjetiva riqueza reactivo-emotiva del "yo" humano; esta riqueza excluye
cualquier reducción unilateral y hace que la virtud de la continencia pueda
realizarse como capacidad de dirigir las manifestaciones tanto de la excitación
como de la emoción, suscitadas por la recíproca reactividad de la masculinidad y
feminidad.
3. La virtud de la
continencia, entendida así, tiene una función esencial para mantener el
equilibrio interior entre los dos significados, el unitivo y el procreador, del
acto conyugal (cf. Humanae vitae, 12 ), con miras a una paternidad y maternidad
verdaderamente responsables.
La Encíclica Humanae vitae
dedica la debida atención al aspecto biológico del problema, es decir, al
carácter rítmico de la fecundidad humana. Aunque esta "periodicidad" pueda
llamarse, a la luz de la Encíclica, índice providencial para una paternidad y
maternidad responsables, sin embargo, no se resuelve sólo a ese nivel un
problema como éste, que tiene un significado tan profundamente personalista y
sacramental (teológico).
La Encíclica enseña la
paternidad y maternidad responsables "como verificación de un maduro amor
conyugal" y, por esto, contiene no sólo la respuesta al interrogante concreto
que se plantea en el ámbito de la ética de la vida conyugal, sino, como ya se ha
dicho, indica además un trazado de la espiritualidad conyugal que deseamos, al
menos, delinear.
4. El modo correcto de
entender y practicar la continencia periódica como virtud (o sea, según la
"Humanae vitae", n. 21 , el "dominio de sí"), decide también esencialmente la
"naturalidad" del método, llamado también "método natural": se trata de
"naturalidad" a nivel de la persona. No se puede pensar, pues, en una aplicación
mecánica de las leyes biológicas. El conocimiento mismo de los "ritmos de
fecundidad" -aun cuando indispensable- no crea todavía esa libertad interior del
don, que es de naturaleza explícitamente espiritual y depende de la madurez del
hombre interior. Esta libertad supone una capacidad tal que dirija las
reacciones sensuales y emotivas, que haga posible la donación de sí al otro
"yo", a base de la posesión madura del propio "yo" en su subjetividad corpórea y
emotiva.
5. Como es sabido por los
análisis bíblicos y teológicos hechos anteriormente, el cuerpo humano, en su
masculinidad y feminidad, está interiormente ordenado a la comunión de las
personas (communio personarum). En esto consiste su significado
nupcial.
Precisamente el significado
nupcial del cuerpo ha sido deformado, casi en sus mismas bases, por la
concupiscencia (en particular de la concupiscencia de la carne, en el ámbito de
la "triple concupiscencia"). La virtud de la continencia, en su forma madura,
desvela gradualmente el aspecto "puro" del significado nupcial del cuerpo. De
este modo la continencia desarrolla la comunión personal del hombre y de la
mujer, comunión que no puede formarse y desarrollarse en la plena verdad de sus
posibilidades, únicamente en el terreno de la concupiscencia. Esto es lo que
afirma precisamente la Encíclica Humanae vitae. Esta verdad tiene dos aspectos:
el personalista y el teológico.
Joannes Paulus pp.
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